miércoles, 5 de septiembre de 2018

La construcción del riesgo de desastres Lizardo Narváez, Allan Lavell, Gustavo Pérez Ortega



¿Qué es riesgo de desastre?

La noción de “riesgo”, en su concepción  más amplia,  es  consustancial  con  la  existencia humana en esta tierra. Evocando ideas sobre pérdidas y daños asociados con las distintas esferas de la actividad humana. También debe reconocerse que la noción de riesgo es inherente con la idea de empresa y la búsqueda de avance y ganancia, bajo determinadas condiciones de incertidumbre.


Al hacer referencia específica a la problemática de los desastres, aquellas circunstancias  o condiciones sociales en que la sociedad  haya sido afectada de forma importante por el impacto de eventos físicos de diverso origen, tales como terremotos, huracanes, inundaciones o explosiones, con consecuencias en términos de la interrupción de su  cotidianeidad y sus niveles de operatividad normal, estamos frente a una noción o concepto de riesgo particularizado, lo  que  podemos llamar  “riesgo  de  desastre” o “riesgo  que  anuncia  desastre futuro”. Este riesgo constituye  un  subconjunto del  riesgo  “global” o total  y, considerando las interrelaciones entre  sus múltiples  partes,  tendrá  estrechas relaciones  con las facetas  con  que  se  describe  el riesgo  global, tales como el riesgo financiero, el riesgo de salud, el riesgo tecnológico etc.


Históricamente, la definición  de “riesgo  de desastre” ha tomado dos rumbos: En primera  instancia  están  las definiciones  que se derivan de las ciencias de la tierra  y que  tienden a  definir  el  riesgo  como  “la  probabilidad de  la ocurrencia  de un evento  físico dañino”. Esta definición pone énfasis en la amenaza o el evento físico detonador del desastre.


En segunda instancia,  están  las  definiciones  de riesgo  de  desastre que  rescatan lo  social  y lo económico y tienden  a plasmarse  en definiciones del siguiente tipo: “el riesgo de desastre comprende la probabilidad de daños  y pérdidas  futuras asociadas  con  la ocurrencia  de  un  evento  físico dañino”. O sea, el énfasis se pone en los impactos probables y no  en  la probabilidad de ocurrencia del evento físico como tal.


El  riesgo   es   una   condición   latente  que,   al no ser modificada o mitigada  a través de la intervención  humana o por medio  de un cambio en  las condiciones  del  entorno  físico-ambiental, anuncia  un  determinado nivel de impacto  social y económico hacia  el futuro,  cuando  un  evento físico detona o actualiza  el riesgo existente.  Este riesgo se expresa y se concreta con la existencia de población  humana, producción  e infraestructura expuesta al posible impacto de los diversos tipos de eventos físicos posibles, y que además se encuentra en  condiciones  de  “vulnerabilidad”, es decir, en una condición que predispone a la sociedad y sus medios  de vida a sufrir daños  y pérdidas.  El nivel del riesgo estará  condicionado por la intensidad  o magnitud posible de los eventos  físicos, y el grado o nivel de la exposición y de la vulnerabilidad.



Los eventos físicos y la vulnerabilidad son entonces los llamados  factores  del riesgo, sin los cuales el riesgo de desastre no puede  existir.  A la vez, es necesario  reconocer que  no todo  nivel de riesgo de  daños  y pérdidas  puede   considerarse  riesgo de desastre. Habrá  niveles y tipos  de riesgo  que sencillamente no anuncian pérdidas  y daños suficientes para que la sociedad entre en una condición    que    sea    denominada   “desastre”. La noción  de  desastre exige  niveles  de  daños  y pérdidas  que interrumpen de manera significativa el  funcionamiento normal   de  la  sociedad,  que afectan su cotidianeidad. Así, puede  haber riesgo sin que  haya  desastre, sino más  bien  niveles de daños  y pérdidas  manejables, no  críticas.  Bajar el nivel de daños  probables a niveles aceptables o manejables será una de las funciones  más importantes de la gestión del riesgo de desastre.





¿Cuáles son los factores que componen el riesgo?


A continuación se examina más de cerca la noción de los “factores de riesgo”.

Las posibilidades de limitar, mitigar, reducir, prevenir o controlar el riesgo se fundamentan en la cabal  identificación  de  los factores  del  riesgo y de sus características  particulares,  sus procesos de  conformación o construcción, incluyendo  los actores sociales involucrados en su concreción.


Cuando   se   habla   de   “factores  de   riesgo   de desastre” ¿a qué se hace referencia?

En esencia,  se está  apuntando a la existencia  de condiciones   físicas  y  sociales  que   contribuyen a la existencia  de riesgo en la sociedad  y que  se diferencian  entre  sí. Además,  se  constituyen en factores de riesgo a raíz de relaciones, y secuencias de causa y efecto, diferenciadas.


Esencialmente, hay dos tipos de factor: (1) eventos físicos potencialmente dañinos y (2) vulnerabilidad. La existencia de estos  factores  está  condicionada por la exposición de la sociedad a los eventos físicos potencialmente peligrosos, es decir la localización en áreas potencialmente afectables.


En el primer caso,  de los eventos  físicos, se hace referencia  a una  serie de fenómenos que  pueden descargar energía destructiva o presentar condiciones dañinas para la sociedad, son los llamados “eventos físicos  dañinos”.  Estos  comprenden  un   rango muy amplio de  tipos y circunstancias, y han  sido clasificados por Lavell (1996) como naturales, socio-naturales, antrópico-tecnológicos y antrópico- contaminantes. Los eventos  naturales son propios de la dinámica de la naturaleza; los socio-naturales se crean  por la intervención  del ser humano en el ambiente natural, de  tal  forma  que  se  generan condiciones   físicas adversas;  y los  antrópicos se relacionan con la actividad humana en la producción, manejo  y transporte de materiales peligrosos (más adelante se  presentan mayores  elementos sobre cada tipo de evento).


En el segundo caso se hace referencia a condiciones de  “vulnerabilidad” de  los  seres  humanos,  sus medios   de  vida  e  infraestructura  frente   a  los eventos   físicos  peligrosos.   La vulnerabilidad   se refiere  a una  condición  derivada  y causal  que  se verifica cuando  procesos  sociales  hacen  que  un elemento de la estructura social sea  propenso a sufrir daños  y pérdidas  al ser impactado por  un evento físico peligroso particular.


Es importante aclarar  que  un evento  físico particular   o   una   combinación  de   estos   sólo pueden convertirse en un factor de riesgo si existen condiciones de vulnerabilidad en los elementos socioeconómicos    potencialmente     afectables. En caso  contrario   el  evento   físico quedará sin connotación de factor de riesgo.


Se  debe   señalar   que   las   mismas   zonas   que presentan   condiciones    adversas    son   muchas veces,   precisamente,  las  de   mayor   oferta   de recursos   naturales,   constituyéndose  en   áreas muy  apetecidas para  procesos  productivos  y de desarrollo  que explican el porqué  de su ocupación y explotación  en todo  el mundo. Las planicies de inundación son  fuente de productividad  al igual que  las laderas  de los volcanes,  por ejemplo,  en donde hay una rica oferta de recursos naturales.


Si se entiende la ocurrencia  de fenómenos físicos peligrosos como momentos particulares dentro de una  dinámica  natural que  puede  ser analizada y por ende incluida en la planificación del desarrollo, entonces la clave de la gestión del riesgo consistirá en minimizar las perdidas  y daños  asociados  con la  ocurrencia   de   estos   fenómenos  al  tiempo que  se maximizan  las ganancias en  términos  de productividad  y bienestar a través del uso racional y sostenible de los recursos.




¿Qué significa la “construcción social de riesgo”?

Expresado de la forma más sencilla, la construcción social del riesgo remite a los procesos  a través de los cuales:


1.     Un  evento   físico  particular   (manifestación del ambiente), o conjunto de ellos, con potencialidad para  causar  daños  y pérdidas adquiere la connotación de peligrosidad. Esto sucede cuando elementos socioeconómicos son expuestos en condiciones de vulnerabilidad en áreas  de potencial  afectación o presencia de los fenómenos físicos peligrosos.


2.     Nuevos  eventos   físicos son  generados  por intervención humana en la transformación del ambiente natural (eventos socio-naturales), o por efecto directo del manejo, producción y/o distribución de materiales peligrosos (eventos antrópicos).


Básicamente,    la   noción    de    la   construcción social  del  riesgo  se  fundamenta en  la  idea  de que  el ambiente presenta una  serie  de  posibles eventos  físicos que  pueden ser generados por la dinámica de la naturaleza, pero su transformación en amenazas reales para la población  está intermediada por la acción humana. Es decir, una amenaza no es el evento físico en sí, sino el peligro asociado con ella, el nivel del cual es determinado, entre   otras  razones,   por  factores   no  naturales o  físicos,  tales  como  los  grados   de  exposición o  vulnerabilidad  de  la  sociedad.


Claramente, la concepción  de la construcción social del riesgo se deriva del involucramiento de las ciencias sociales en el estudio del riesgo, lo cual ha obligado a una re definición   de  múltiples  aspectos y conceptos emanados en sus primeras instancias del papel y rol que han  jugado  las ciencias naturales y aplicadas en el tema.  El enfoque multidisciplinario del tema de riesgo y desastre trajo  consigo  una  inevitable reelaboración de conceptos y definiciones.


Esto puede   verse,  por  ejemplo,  al  examinar  las distintas definiciones  que han surgido con el paso del tiempo para delimitar las nociones de desastre, riesgo  y amenaza. Desastre  ha    dejado  de  ser considerado el  evento   físico per  se  (terremoto, huracán, etc.), para  ser considerado en términos del impacto social y económico de los eventos  y la interrupción de lo cotidiano; las amenazas también pasan  de  ser consideradas el evento  físico en  sí mismo y ya se entiende con mayor claridad como la peligrosidad  asociada  con un evento;  o sea, es una  calidad  del  evento   y no  la  materialización del mismo; y el riesgo ya no se considera  como la probabilidad de ocurrencia  de un evento  dañino, sino como los probables daños  y pérdidas  que se asocian con su ocurrencia a futuro


Finalmente,  la influencia  de  la ciencia social en las definiciones  y en  determinar la sustancia  del tema  de riesgo y desastre se ve al tratar  la noción de “evento extremos”, término  tan  utilizado  en las ciencias de la tierra para denotar eventos  en el límite del espectro  de energía liberada (huracanes, terremotos etc.). Vemos, entonces, que un evento extremo  para  la ciencia social o las ciencias del desarrollo,  sería aquello que causa más daño, con mayor impacto humano. Así, no es difícil entender que  en  la medida  en  que  el riesgo  se construye socialmente, un  evento  de  menor  magnitud en términos de energía desplegada podría causar más daño  que  uno  de mayor  magnitud en la medida en que  la exposición de los elementos sociales y sus grados  de  vulnerabilidad  sean  más  altos.  La noción de la construcción social del riesgo permite argumentar que el nivel de los daños y las pérdidas no  está  en  función  directa  y unilateral con  la magnitud e intensidad  de los eventos físicos per se (Hewitt, 1983).


Una segunda acepción  de la noción de la construcción social del  riesgo  llama  la atención sobre las nociones de percepción, imaginarios sociales y riesgo subjetivo: aunque el riesgo puede ser muchas veces dimensionado cuantitativamente, a través de la estadística  y la matemática probabilística  (el cálculo actuarial),  como  lo hace una  compañía de  seguros   con  la  salud  de  las personas o la peligrosidad de sus localizaciones de vivienda, puede también ser considerado de forma subjetiva. En este sentido,  el riesgo actuarial, objetivo, al pasar por las percepciones y filtros que establece la experiencia  humana, se transforma en  imaginarios  y dimensionamientos perceptivos o cotidianos de tal forma que el individuo o colectividad  ve el riesgo  con  ojos no  actuariales y  actúa   de   acuerdo  con   las   percepciones e imaginarios que tenga.


Un aspecto  muy importante en este tipo de “construcción social” es el asociado con la relación entre  riesgo  cotidiano  y riesgo  de  desastre. Así, al  tener   que   enfrentar  diariamente  el  riesgo cotidiano   asociado   con   la   pobreza  (falta   de empleo  e ingresos,  problemas de salud, violencia doméstica y social,  drogadicción  y alcoholismo, etc.), múltiples  poblaciones perciben  el riesgo de desastres o construyen imaginarios en torno a éste de tal manera que parecen estar  minimizando  la importancia de  lo que  objetivamente es de  una dimensión  significativa. En otras  palabras,  se posterga la toma  de decisiones  y la inversión de esfuerzos en la reducción  del riesgo de desastres, para  poder  lidiar y enfrentar el riesgo cotidiano. Esto  influye  enormemente en  la  capacidad   de acción e intervención  y sobre  los mecanismos  de toma de decisión.




Los factores de riesgo y su construcción social

Del concepto general   de  la  construcción  social de  riesgo,  pasamos a considerar,  con  referencia a cada  uno  de  los factores  centrales  del  riesgo, los  mecanismos   diversos  en   que   el  riesgo   se puede  generar y construir,  producto de prácticas individuales o colectivas de uso y transformación del territorio y sus recursos.


Las amenazas físicas “naturales”

Al tratar  de  aquellos  eventos  clasificados  como “naturales”, o sea aquellos  que forman  parte  de la dinámica  natural y cambiante de este  planeta y su atmósfera, y sobre  los cuales las sociedades humanas no  pueden incidir en  su  ocurrencia  o magnitud (por ejemplo  los sismos), su calificación como  amenaza y su grado  de  peligrosidad  está determinada por la exposición de elementos socioeconómicos en condiciones de vulnerabilidad dentro de su área de afectación o incidencia.


Hoy en  día  es  dramáticamente alto  y creciente el   número  de   personas,  medios   de   vida   e infraestructura, que  se encuentra expuesta a los posibles impactos  de eventos  físicos naturales potencialmente  peligrosos.   El reciente   Informe Global  de  Evaluación  de  la  EIRD, sobre  Riesgo y  Pobreza   (Naciones  Unidas-ISDR, 2009)  indica que, a pesar de una reducción relativa en la vulnerabilidad  en  países  de  ingresos  medianos, un  aumento en  la exposición  en  condiciones  de vulnerabilidad   se  ha  verificado  continuamente, lo cual desdibuja  los logros obtenidos por el otro lado de esa reducción.


Aun   cuando    la   exposición   a   eventos    físicos extremos  no necesariamente significa amenaza y riesgo, ya que esto depende además  de los niveles de vulnerabilidad  existentes,  sin lugar a dudas  es el primer paso necesario  en la construcción social del riesgo. Sin exposición  no  hay posibilidad  de amenaza o riesgo. A la vez reconocemos que  es casi imposible ubicarse en un lugar completamente seguro   frente   a  eventos   potencialmente peligrosos,   en  particular   aquellos   considerados como  “extremos”, que  se caracterizan, a veces, por tener un área de afectación de gran escala.


La naturaleza del planeta y su dinámica que por un lado permite que exista la vida, por el otro garantiza que  todo  lugar  esté  sujeto  en  algún  momento de sufrir algún evento  físico potencialmente peligroso. La clave de la gestión del riesgo, frente a las amenazas naturales, consiste en acompañar la decisión de localización de población  y modos  de vida con decisiones sobre los niveles de seguridad de los edificios y la infraestructura instalada, las opciones de reducir la vulnerabilidad en los sistemas productivos,  el diseño  de  planes  de  emergencia para enfrentar los momentos de estrés, etc.


La buena planificación  del uso del territorio  y de sus  recursos   naturales  considerando  el  riesgo de  desastre no  garantizará la ausencia  total  de eventos  peligrosos,  pero  si esta  planificación  está acompañada por  decisiones  racionales  sobre  los niveles de protección  posibles, es probable que se logre una minimización del daño a mediano y largo plazo  y consecuentemente un tipo de desarrollo con condiciones de sostenibilidad.


Las decisiones  sobre  la localización  de  vivienda, producción  e  infraestructura se  toman normalmente  considerando la  base  de  recursos naturales y de localización  que  ofrecen  distintos lugares   o  aspectos  relacionados  con   la  renta del suelo urbano y rural.   La localización  debería buscar garantizar la maximización de “ganancias” y la minimización de pérdidas, incluyendo aquellas relacionadas con la ocurrencia  de eventos peligrosos.


Esas  decisiones  claramente  son  distintas   en  el caso de personas o entidades con recursos que les permiten elegir  el territorio  para  su desarrollo  y otros  que por su situación  social y económica no tienen  opciones  de  escoger  y están  reducidos  a localizaciones  inseguras  o marginales. El proceso de  construcción social  del  riesgo  asociado   con la localización  y la exposición  es diferente entre distintos  grupos  sociales.  Si se  intenta construir una   tipología   de  las  formas   cómo   se  crea  el riesgo  a  través  de  la  exposición  a  fenómenos físicos potencialmente peligrosos,  entre  los más prevalecientes se encuentran:


      Población  pobre,  expulsada  del  campo  por distintos  procesos  económicos, ambientales o de conflicto,  quienes,  al encontrarse en la ciudad, están  obligados  a ocupar  los lugares más inseguros  en pendientes y zonas  de inundación,  debido    a   su   marginación o exclusión de los mercados formales  de tierra urbana. En muchos casos su ubicación en zonas inseguras  se “compensa” por la oportunidad de tener  un lote  y por la relativa  cercanía  a fuentes de  ingresos  laborales.    Ejemplos de estos procesos y contextos son prevalecientes en todas las ciudades de América Latina, incluyendo el caso de Honduras, donde el proceso histórico de expulsión de la población del  campo  bajo  los modelos  de  sustitución de   importaciones   y   comercialización    de la    agricultura   de    exportación,   condujo a la ocupación  de terrenos inseguros  en Tegucigalpa y otras ciudades, las cuales fueron afectadas de forma notoria con el impacto del huracán Mitch en 1998. Un proceso similar de ocupación  de zonas inseguras  ha ocurrido en Colombia durante las últimas décadas  con la expulsión de población  de zonas de conflicto entre grupos armados y entre éstos y la fuerza pública, y su ocupación  en laderas  inseguras en las grandes ciudades del país como Bogotá y Medellín.


      Población  de  ingreso  medio  o  medio  bajo, ocupando  viviendas  regulares,  construidas por   entidades constructoras     formales (muchas  veces  bajo  proyectos   fomentados por el Estado), pero ubicadas en zonas sujetas a la ocurrencia  de  eventos  peligrosos,  y sin adecuados sistemas de protección  (sismo- resistentes,   anti-huracán,   etc.).    O,    por otra parte,  ocupando zonas  de conocida peligrosidad,    sin   que    los    consumidores tengan acceso a información sobre los niveles de peligro que tienen  y donde  los municipios conceden permisos de construcción sin el adecuado conocimiento del medio  y sus limitaciones  u  oportunidades. Los desastres asociados  a los terremotos de  Marmora  en Turquía o de Sichuan en China, ilustran bien el primer caso. La destrucción  de la comunidad urbana  de  “Las  Colinas”   en   Santa   Tecla (Nueva San Salvador), El Salvador, en ocasión del sismo del 13 de enero de 2001, ilustra bien el segundo caso.


      Población  de  amplios  recursos  económicos quienes   se  ubican  en  zonas   de  alto  valor estético  y social, aunque sujetas  a la ocurrencia de eventos  físicos peligrosos, tales como  incendios  forestales y sismos, muchas veces con pleno conocimiento de causa, pero protegidos económicamente por tener acceso a seguros contra tales eventos.


En cada caso, aunque bajo distintas motivaciones y  grados   de   libertad  existe  un   “trade  off” entre  oportunidad y recursos  e  inseguridad y pérdida.


Aceptando la exposición de elementos socioeconómicos frente  a eventos  físicos peligrosos,  el  segundo paso  en  la  construcción definitiva  del riesgo  se relaciona  con la creación /  incremento /  permanencia de  condiciones   de vulnerabilidad  de los seres humanos y sus medios de vida en contextos de exposición. Esto mismo es producto y consecuencia de la forma  en que una serie  de  factores  y procesos  políticos,  sociales  y económicos  se interrelacionan en  el entorno de grupos sociales particulares.


Los procesos  que  conducen al  desarrollo   de  la vulnerabilidad   serán  abordados en  la  siguiente sección. Se reitera en este punto  que la conversión de  eventos   físicos en  amenazas y la  magnitud de  éstas   dependen,  primero,   de  la  exposición de  elementos  socioeconómicos y, segundo, de la creación,  incremento y/o permanencia de condiciones de vulnerabilidad.



Los eventos físicos “socio-naturales” y “antropogénicos”

En relación a las llamadas  amenazas socio- naturales y antropogénicas, la naturaleza solamente juega un papel de soporte o trasfondo, de   insumo  no   definitorio.  En   su   concreción como eventos  con características de “amenaza” siempre intervienen de forma  crítica acciones (u omisiones) humanas, base de la construcción social del  riesgo.  A diferencia  de  las amenazas naturales, este tipo de amenaza tiene una doble forma de participación humana en su concreción: por   un   lado,   con   referencia  a  la  concreción misma  del evento  como  tal (que es causado  en mayor  o menor  medida por  acción humana), y, por otro lado, con referencia a la exposición de la población  y sus modos de vida en condiciones de vulnerabilidad frente a estos fenómenos (de igual forma  que en el caso de las amenazas naturales tratadas anteriormente).


Con los elementos tecnológicos tales como incendios,  explosiones, derrames de  sustancias tóxicas, desperdicios nucleares etc.,  no  es necesario profundizar demasiado, dado  lo obvio de las formas o mecanismos  sociales de creación de la amenaza. El ejemplo más dramático y cercano  puede  ser  el del  desastre causado por las explosiones en la ciudad de Guadalajara (México) asociada con la filtración de sustancias inflamables y explosivos en los sistemas subterráneos de  la ciudad;  o la explosión  de  la instalación petroquímica en el Distrito Federal en la década  de los 90, o de la fábrica de municiones en  Córdoba   a  principios  del  siglo  pasado.    A nivel   internacional,   el  desastre  de   Chernobyl y el potencial desastre de Three Mile Islands además  de los numerosos naufragios de barcos transportadores de petróleo, ilustran este tipo de eventos  y amenazas.


En relación  a  los  eventos   y  amenazas  socio- naturales, que se construyen sobre una base natural, pero  con una  intervención causal derivada de acciones humanas concretas, se presenta, como el caso de mayor relevancia política y de mayor interés y vigencia en la actualidad,  el  Cambio  Climático,  donde   una parte  importante  de  su causalidad  es asignada a la intervención humana en  los ecosistemas y procesos  atmosféricos. Así,  el  clima, producto de  los flujos  y ritmos  de  la misma  naturaleza, ha sido ya influenciado  y modificado  por la introducción de los gases  de invernadero en la atmósfera, por la urbanización y la creación de las islas de calor urbanas y por la deforestación que limita la captura de CO2. De esta  forma,  el clima  está  manifestando  sus desequilibrios  con la concreción de eventos  físicos más extremos, más intensos, de mayor magnitud y recurrencia. Estos eventos,  como  consecuencia de  las acciones humanas, no son naturales sino socio- naturales.


Las nuevas  amenazas asociadas  con el cambio climático son una expresión más global, más imponente, de los procesos  que ocurren  a nivel de  micro clima, por  ejemplo, en  los casos  en que  una  ciudad  ha reemplazado la vegetación natural  pre-existente  con  asfalto   y cemento. En  la  subregión andina, muchas  ciudades no han  tenido  en  cuenta las  medidas  requeridas para  un  adecuado sistema de  drenaje pluvial, que considere la velocidad y el caudal  de escorrentía esperado sobre  un terreno que  no permite  la  infiltración  que  el proceso  natural de   regulación   del   ecosistema   requiere;   de esta forma, se han presentado inundaciones causadas principalmente por el inadecuado manejo  de   la   escorrentía  humana,  no   por causas naturales como la lluvia.


Es importante aclarar,  en  este  último  ejemplo, que si bien la precipitación  es un “sine qua non” para la verificación de una inundación en un área urbanizada, la  lluvia por  sí sola  no  explica  las causas del desastre; por el contrario, la explicación reside  en  la ausencia  de  adecuados sistemas  de planificación   y construcción  de  infraestructuras urbanas en función del régimen  pluvial del territorio.


Tales procesos de inundación se han verificado en muchas ciudades de América Latina, como Buenos Aires, San Salvador, Río de Janeiro, Barranquilla y Santiago de Chile.


La  creación  de  amenazas socio-naturales incluye numerosas experiencias que dan cuenta de distintas formas de relación sociedad - naturaleza. El corte  de manglares en las costas de nuestra región o en Asia conduce  a un debilitamiento de los niveles de protección ofrecida   por   los  ecosistemas  naturales  y  un mayor  impacto  de  huracanes y tsunamis,  por ejemplo,  como   fue  apuntado  en  el  caso  del evento  de Indonesia en 2004.   La deforestación de  las  pendientes de  las  cuencas  altas  de  los ríos conduce a mayores procesos de erosión, deslizamiento, sedimentación e  inundación en las cuencas  bajas, con impactos en la población y  su  producción.     La construcción  de  presas hidroeléctricas y el inadecuado manejo de  los niveles de agua  de las presas  durante periodos de intensa lluvia pueden conducir a la descarga repentina de los niveles de agua  para  proteger las  estructuras de  presa  con  repercusiones en las inundaciones río abajo. Los casos  del  Bajo Lempa en  El  Salvador,  en  ocasión del huracán Mitch y de las inundaciones en Tabasco, México, en  2007,  ejemplifican este  hito del proceso  de construcción social del riesgo.


La construcción de la vulnerabilidad

La vulnerabilidad, como se ha explicado, se refiere a la predisposición de los seres humanos, sus medios de vida y mecanismos  de soporte a sufrir daños  y pérdidas  frente  a la ocurrencia  de eventos  físicos potencialmente peligrosos. Esta predisposición, como se mencionó anteriormente, no es en general producto unilateral de la magnitud o intensidad del evento; aunque se debe aclarar que en caso de condiciones  extremas, tales como las explosiones volcánicas  paróxicas   de   Krakatoa,   Pinatubo   o Monte  Santa  Helena,  de meteoritos grandes que impacten   la  tierra,  de  terremotos de  magnitud superior  a 9.0 y tsunamis  con  alturas  superiores a  los  30  metros,   realmente es  difícil imaginar una  sociedad  expuesta que  pueda   absorber  el impacto.


No obstante, a pesar de la existencia de este tipo de eventos,  se debe  aceptar que el problema del riesgo de desastre, como  se propone abordar en la gestión  del riesgo, no se ubica en la esfera  de eventos   realmente extremos,   sino  en  el  rango normal  de eventos  recurrentes para los cuales, en principio, la sociedad  dispone  de mecanismos  de planificación, de protección o de mitigación. La predisposición  al daño,  es decir la vulnerabilidad de los elementos socioeconómicos expuestos, con referencia  al espectro  normal  de  eventos  físicos recurrentes, es el resultado de condiciones sociales, políticas y económicas que asignan diversos niveles de debilidad o falta de resistencia a determinados grupos sociales.


Toda causa de vulnerabilidad  y toda  expresión de vulnerabilidad, es social. Por lo tanto, el proceso de creación de condiciones de vulnerabilidad obedece también a un proceso de construcción social.


Las causas de la vulnerabilidad  nos remiten  a una consideración de un número alto de circunstancias que se relacionan de una que otra  forma  con: (1) los grados de resistencia y resiliencia de los medios de  vida; (2) las condiciones  sociales  de  vida; (3) los grados  de protección  social y autoprotección que existen; y (4) el nivel de gobernabilidad de la sociedad  (Cannon,  2007).  Estos factores  pueden verse a la luz de múltiples aspectos y condiciones asociados con la cultura, la economía, la sociedad, la organización social, las instituciones,  la educación, etc. (Wilches-Chaux, 1988).


Al  hablar   de   vulnerabilidad   y  sus  causas,   es aceptado que  el  concepto y la  expresión  de  la predisposición   a  sufrir  daños   y  pérdidas   varía con referencia  a eventos  físicos distintos: vivir en un edificio inseguro frente a sismos (no sismo resistente), en una zona sísmica, es causa de vulnerabilidad;  sin embargo, ese  mismo  edificio puede  no ser necesariamente vulnerable  frente  a incendios, al contar  con un sistema de detección y extinción efectiva de conflagraciones.


La  aproximación   a   la  vulnerabilidad   no   solo discurre el camino del daño físico. Por ejemplo son vulnerables  los alumnos  que están expuestos a un sistema  educativo  cuyos  contenidos  curriculares no dotan al estudiante de un grado  adecuado de conocimiento de su medio y de las amenazas que éste presenta. De igual manera, vivir en un pueblo comunicado al  exterior  por  un  solo  camino  de tercería que cruza zonas sujetas a deslizamientos, es tanto una expresión de vulnerabilidad  como lo es no tener  un sistema  de ahorros  o seguros  que proteja al ciudadano en momentos de crisis.


Una sociedad  individualista,  a diferencia  de otra con altos niveles de solidaridad  humana y de cohesión  social, también dota  a sus individuos de niveles de vulnerabilidad más altos.


El concepto o noción de vulnerabilidad hoy en día se  acompaña por  la noción  de  “resiliencia”,  en el sentido  de falta  de resiliencia: aun  cuando  las definiciones  y uso  de este  término  o noción  son variadas, la resiliencia se propone como una sub- noción del concepto de vulnerabilidad, al referirse a la capacidad  de una  comunidad o individuo de levantarse,  de   re-establecerse,  de   recuperarse y reconstituirse, después  de  la ocurrencia  de  un evento  dañino  con consecuencias severas en términos de pérdidas y daños.  Un ejemplo reciente de  resiliencia  se  encuentra en  la comunidad de Cinchona   en  Costa   Rica,  severamente dañada por  un  sismo  en  enero   de  2009,  donde   una compañía  de  fabricación   de  productos  lácteos fue  destruida  poniendo en  peligro  el empleo  de cientos de trabajadores, pero que por la forma de administración y copropiedad de la compañía,  la solidaridad  implícita y la solidaridad  del  pueblo, logró  re-establecerse rápidamente, sin haber despedido a ningún  trabajador en  el periodo  de baja.


Anteriormente, en escritos y discursos conceptuales ampliamente difundidos, se había definido la vulnerabilidad  en  términos   de  la  predisposición de  la sociedad  de  sufrir daño  y, además, de  su incapacidad  de  recuperarse autónomamente sin intervenciones externas. Así, la noción de resiliencia está  siendo  incorporada al  léxico  del  tema   de riesgo y desastre para  identificar  específicamente aquellos   entornos en  que  la  sociedad   está  en mejores  situaciones  para recuperarse después  del impacto y sus consecuencias inmediatas, y volver a la “normalidad”. Esa “resiliencia”  sería producto de   diversas   situaciones,    contextos  y  factores todos  sociales.  Así, en  la misma  medida  en  que tener  acceso a ahorros  individuales o sociales o a seguros individuales o colectivos dotaría de ciertos niveles de resiliencia, también tener una economía personal o familiar diversificada,  o tener  fuentes alternativas de energía y agua potable, aumentaría la  resiliencia.  La reducción  de  la  vulnerabilidad y el aumento de  la resiliencia se consideran, en consecuencia, elementos clave en  la gestión  del riesgo de desastre.




La dinámica de la sociedad, la dinámica del riesgo

El riesgo  de  desastre  es  entonces  un  proceso social   caracterizado   por   la   coincidencia,    en un    mismo    tiempo    y   territorio,    de   eventos físicos potencialmente peligrosos,  y elementos socioeconómicos expuestos  ante  éstos  en condición de vulnerabilidad.


Por lo tanto, en la determinación de la existencia del riesgo y sus niveles, actúan fuerzas  derivadas de  la  sociedad  y de  la  naturaleza. Ninguno  de estos  dos elementos es estable  o permanente en el tiempo. Sufren cambios y variaciones de manera continua. A veces estos  cambios  son  graduales, paulatinos o  pausados; a  veces  son  abruptos e incluso repentinos.


En el primer caso, cuando  la dinámica del riesgo se considera gradual,  se hace  referencia a  una situación en donde  el ritmo de una economía en proceso  de desarrollo  se califica como “estable” (aunque   la  estabilidad   es  muchas   veces  una falsa  expresión  de  una  realidad  contradictoria) o  la  dinámica  de  la  naturaleza se  evalúa  con momentos  y  ritmos   predecibles   y  normales. En  este   caso   los  factores   de   riesgo   pueden sufrir constantes, pero incrementales y hasta predecibles  cambios,  lo cual  permite  identificar estrategias de intervención que pueden incluirse en la planificación del desarrollo.


En general,  el entorno natural  tendrá un  nivel de constancia tanto en términos  de sus normas  y promedios, como con referencia a los periodos de retorno de eventos extremos. El clima, la dinámica de la corteza  terrestre y de los océanos, aunque tipificados por  lo rutinario y lo extremo,  como parte de su variabilidad interna, son relativamente constantes en sus expresiones y la sociedad informada puede  predecir su comportamiento dentro de límites más o menos estrechos. En este caso,  a  pesar  que  haya  cambios  en  el entorno natural, en esencia el contexto de estos  eventos y de la connotación de amenaza que  encierran es  más  o  menos   constante,  evolucionando de manera pausada.


Con   la   sociedad,    la   influencia    de   políticas sociales y económicas particulares y a veces cambiantes dentro  de  la  rutina  establecida; de comportamientos cambiantes y a veces erráticos de los individuos, familias y colectividades; de procesos  de ocupación  y utilización del territorio expansivo, etc., garantiza que mientras  haya relativos   niveles   de   estabilidad,    siempre   hay cambios y expresiones  en los niveles de ingresos, de  seguridad,  de  existencia  social diferenciados, los cuales  tendrán algún  impacto  en  los niveles de  vulnerabilidad  y resiliencia  de  las personas y comunidades


Bajo las  condiciones  de  “normalidad” de ambiente y sociedad, con los cambios paulatinos que suceden,  es obvio que el riesgo, construido  a raíz de la interacción de eventos con la exposición y  la  vulnerabilidad,   es  un   proceso   dinámico, aunque esté  sujeto  a una  lenta  evolución. Hasta por razones  particulares, dentro de los procesos normales   y pausados de  cambio,  puede   haber casos más abruptos donde  una sección particular de la sociedad sufre un cambio brusco en sus condiciones de riesgo.


Esto podía suceder  por  ejemplo en  el caso  del desarrollo  de infraestructura para  la generación de energía eléctrica hídrica y el subsiguiente desplazamiento de grandes contingentes de población hacía zonas que tal vez ofrecen menores condiciones de seguridad en comparación con sus lugares  de ocupación histórica; o, en el caso de la expulsión  de población  de zonas  de violencia endémica y su reubicación en zonas de pendientes inseguras  en ciudades grandes e intermedias. Un caso recurrente en la región  se presenta cuando empresas productivas  deciden  cerrar  y trasladar la producción  monopólica  de  frutas  de  un  país a  otro   en   búsqueda  de   mejores  condiciones de  competitividad, generando  usualmente condiciones  de  desempleo local  que  si no  son compensadas pueden acarrear la reubicación de población en  tierras inseguras, en  búsqueda de sustento.


A diferencia del cambio “normal” dentro de parámetros de economía y sociedad  y ambiente natural, establecidos y reconocidos, existen momentos de transformación hasta  cierto punto dramáticos. Aquí se  trata  de  los momentos de inflexión fundamental en  la relación sociedad - ambiente. A la vez que la noción de “catastrofismo” es  bien  conocida  en  la geología  y los estudios ambientales en general,  también en los estudios de    la   sociedad,   existen   cambios   abruptos, cambios de paradigmas de pensamiento y acción que  marcan   pautas  y momentos  significativos en la historia humana. Las transformaciones en los factores  y condiciones  de  riesgo  en  general y de  riesgo  de  desastre en  particular,  pueden acelerarse en  estos  momentos, exigiendo  una flexibilidad e imaginación en nuestras respuestas y reacciones.


A nivel del ambiente físico, el proceso de Cambio Climático  que   hoy  sufrimos,   de  acuerdo  con los expertos  del  IPCC1, constituye,  en  términos de  tiempos  geológicos  y humanos, un  cambio brusco, no lineal. Los tiempos del cambio, en términos de temperatura, pluviosidad, intensidad de huracanes, etc., excede por mucho los tiempos normales  de  cambio  y  evolución  histórico  en estos  parámetros.  El cambio  en  el  patrón del clima y en su variabilidad interna, a diferencia de ser paulatina, se convierte en  dramática.   Tales cambios podían existir con  otros  elementos del entorno, en la medida de que eventos dramáticos suceden  y el catastrofismo, a diferencia del evolucionismo, exista. Es posible también que procesos  normales se alteren en  momentos en que el llamado “tipping point”  es alcanzado y los cambios abruptos suceden.


Por supuesto, en la medida  en que  hay cambios relativamente acelerados y bruscos en el entorno físico, el riesgo de desastre estará sujeto a cambios también bruscos.   Cuando  el riesgo  de  desastre es afectado por la incertidumbre derivada de cambios acelerados, que suelen  ser desconocidos y no medidos, los factores de riesgo pueden crecen enormemente.

Por el lado de la sociedad, los cambios en paradigmas sociales y económicos, relativamente bruscos,  como  es el caso  con  la crisis actual,  la llegada  de  la modernización,  el comienzo  y fin del  neoliberalismo  económico  y reducción   del papel  del  Estado,  etc.,  inevitablemente afectan la “progresión de la vulnerabilidad” y el riesgo, introduciendo nuevas y aceleradas dinámicas.

Utilizando un ejemplo  de la historia de América Latina,  Oliver  Smith  (1994)  ha   documentado cómo con la conquista del Perú y de los Incas, por parte  de los españoles, hubo una transformación radical  en  las  condiciones  de  riesgo  frente   a sismos y sequía  por los cambios  introducidos  en las formas  constructivas  de ciudades y edificios y en los mecanismos de seguridad contra el hambre que existían.

De similar  manera, la introducción  del modelo de  sustitución  de  importaciones  y  desarrollo de   la   agricultura  comercial  de   monocultivo en   América   Latina   en   la   posguerra,   trajo consigo  la creación  de  procesos  y condiciones de riesgo antes no experimentados. Las migraciones  “forzadas”  de   población  pobre del campo  a la ciudad y su ocupación de zonas de deslizamiento o inundación; la rápida deforestación  de  pendientes  en  búsqueda  de la ganancia  extraordinaria  o la sobre  vivencia; la construcción  de ciudades  de forma  informal y de forma  no planeada con sus consecuencias en  la  construcción  de  condiciones  de  riesgo, son  ejemplos  de  los procesos  que  surgen  con el  cambio  de  modelo  (Lavell, 2001).  Podemos asegurarnos que procesos  de tal índole aunque distintos, suceden con el paso a la modernización, la  globalización  y la  presente economía  post crisis financiera (Arguello y Lavell, 2001).

La lección  que  se  deriva  de  estos  contextos es que  el riesgo  de  desastre y los factores  que  lo componen no  son  estables  en  el tiempo  y en  el espacio.  Son sujetos  de  presiones  y cambios  en ambiente y sociedad con expresiones  paulatinas o bruscas. Poder anticipar y medir, controlar y disipar los impactos  más  importantes de  estos  cambios debería  ser parte  de la esencia  de la gestión  del riesgo en el presente y en el futuro.


Finalmente,   es  importante  reconocer que  a  la vez que  el riesgo es dinámico  en el tiempo  y en el espacio,  también es dinámico y cambiante con referencia  al “momento” del  riesgo  examinado en la perspectiva del llamado “ciclo de desastres”, ahora  evolucionado, más bien, hacía la noción del “continuo del riesgo” (Lavell, 2004).


Antes del desastre, los niveles de riesgo existente pueden mitigarse  a través de la refacción  de construcciones  e   infraestructura  para    reducir algún daño probable, también por la introducción de   cambios   en   los   patrones  de   cultivo   que busquen acrecentar la resiliencia y la resistencia, mediante la recuperación de ambientes naturales degradados o por el establecimiento de sistemas de  alerta  temprana, etcétera. Al mismo  tiempo, un nuevo riesgo podría evitarse a partir de la introducción temprana de adecuados análisis de riesgo y procedimientos de control en los procesos de  planificación   de  proyectos   y  programas de inversión.




Las implicaciones prácticas de los conceptos para el entendimiento del proceso de creación del riesgo de desastre


Reflexionemos   ahora   sobre   la  importancia de los conceptos desarrollados anteriormente para el proceso  de  entendimiento del riesgo  y de  las posibles formas de intervención.


Primero,   es   imprescindible   establecer  que   al ser el riesgo una construcción social, proceso fundamentado en,  pero  no  determinado por  las condiciones   físicas  existentes,   la  sociedad,   de igual manera que ha contribuido a la construcción de condiciones de riesgo, está en posición de intervenir estas condiciones.


En  la  medida en  que  el  riesgo ya  existe, como condición   latente,   anunciando   y   anticipando un  futuro  desastre, la intervención  sería  de  tipo correctivo o mitigadora (o sea, reduciendo el riesgo ya existente), sujeto de acciones que tipifican lo que se ha dado en llamar “gestión correctiva del riesgo”, incluyendo los preparativos para desastre.


En la medida en que el riesgo no ha sido plasmado, desarrollado, asentado en el territorio aún, estamos en  posición de anticiparlo  y tomar  acciones  que buscan  garantizar que  nuestros nuevos  procesos de desarrollo,  proyectos,  acciones  no construyen nuevos  factores  de riesgo. En este  caso, estamos frente  a  lo que  se  ha  dado  en  llamar  “gestión prospectiva del riesgo”.


Tanto la gestión correctiva como  la prospectiva, incluyendo aspectos de la respuesta humanitaria, están  fundamentadas en la idea de que el riesgo está  construido  socialmente y que,  entonces, la sociedad puede  intervenir para garantizar su reducción o previsión. El hecho de que los eventos naturales tienen  su propia dinámica y causalidad, ajeno   a  lo  humano,  no  afecta   esta   fórmula. Así, aunque no se puede  evitar los eventos naturales (a diferencia de  los socio-naturales y antropogénicos),  ni  influir  en  mayor  medida  en su  recurrencia,  intensidad,  magnitud  etc.,    se puede   intervenir  para  garantizar  que  el  grado de  peligrosidad  o amenaza asociados  con  ellos se reduzca  y hasta  se elimine, en algunos  casos. Esta reducción o previsión se fundamenta en un entendimiento  cabal  de  cómo  se  construye   el riesgo y sus factores  constitutivos y cuáles son los procesos humanos involucrados. Estos procesos y factores se dan en distintos niveles e intensidades y varían desde procesos  macro asociados  con los sistemas económicos  y políticos existentes,  hasta procesos   micro  en  cuanto a  las  características del proceso de ocupación del suelo urbano relacionado con el funcionamiento del mercado de tierras y la renta  urbana, por ejemplo. Desde esta perspectiva la reducción y control  del riesgo exige  acciones  en  múltiples  niveles,  desde   lo macro hasta  lo micro.


Para efectos  de este documento, se propone emplear el esquema propuesto por Blaikie et al., en donde  se ilustra la progresión  de la vulnerabilidad a través de un modelo  conceptual en donde  unas macro fuerzas, vinculadas al modelo de desarrollo, se  transforman en  condiciones  inseguras.    Este modelo será presentado en el capítulo 1.2. (Blaikie et al., 1994; Wisner et al, 2004).


Al  hablar   de   construcción   social   de   riesgo estamos aludiendo a  un  conjunto complejo y diverso de posibles mecanismos que contribuyen a  esta  construcción.  Esencialmente  estos procesos  giran  en  torno  a  una  serie  de  temas y problemáticas constitutivos del quehacer humano y del desarrollo.  Intervención en estos ámbitos  es  entonces la  esencia  de  la  posible gestión en sus modalidades correctivas y prospectivas,  a saber:


    Los   mecanismos   de   apropiación   de   los recursos   naturales,   la   gestión   ambiental y la gestión de los servicios ambientales (¿degradación y pérdida de productividad, o gestión racional y sostenible?).


    Los  mecanismos  de  decisión  en  torno   al uso  del suelo  y el ordenamiento territorial. ¿Donde se ubican las personas, la producción y la infraestructura y bajo qué condiciones?

      Los medios de vida, su adecuación al medio, sus niveles de seguridad y sostenibilidad. La dotación de opciones de infraestructura, micro crédito, seguros,  etc.

      Las condiciones sociales de vida, sus niveles y sus repercusiones en términos de decisiones sobre vida y seguridad, autoprotección y acceso a protección  social.

      La  gobernabilidad  y las formas  en  que  las expresiones  organizativas, de  gobierno, de planificación, de acceso al poder y la decisión afectan niveles de riesgo y su gestión.


La clave de la gestión o intervención en el tema de riesgo reside en entender cómo estos procesos afectan tales niveles y, en consecuencia, la oportunidad de diseñar intervenciones coherentes y articuladas en torno  a ellas, de tal manera que el riesgo se reduzca  o se limite.




Modelo conceptual sobre el proceso de construcción del riesgo y desastre


En el capítulo  anterior se presentaron los argumentos esenciales  para  el entendimiento del riesgo de desastres como una construcción social en  donde   los  factores   de  amenaza / peligro  y vulnerabilidad, son dinámicos e interdependientes. Asimismo  se  sustentó  la  idea  fundamental  de que el riesgo de desastres se construye  mediante ciertos  procesos  sociales insertos  en  la dinámica del desarrollo (o del subdesarrollo).


Estos procesos  sociales que  crean  el riesgo en la sociedad, se relacionan específicamente con la forma  de  uso,  ocupación   y transformación  del ambiente natural y construido  que circunda y sustenta el sistema social.


También se sustentó la idea de que el desastre es un producto, un elemento derivado  de algo  que lo antecede y que se denomina riesgo. Se planteó, igualmente, que los eventos físicos juegan el papel de detonadores o desencadenadores de crisis pero no  ofrecen  una  explicación unilateral y única de los impactos sufridos, las pérdidas o los daños.


En el presente capítulo se propone un esquema gráfico  para  representar  el  proceso   de Construcción   Social  del   Riesgo  de   Desastres, que  se  llamará  en  adelante “Proceso  Riesgo – Desastre” con el propósito de ilustrar  de forma sencilla los hitos fundamentales o principales en dicho  proceso  y sobre  los cuales  se sustenta la Gestión del Riesgo de Desastres  que se abordará en la sección 2.


Para esquematizar o presentar una figura de fácil entendimiento sobre el Proceso Riesgo – Desastre, se tomará el modelo  propuesto por Blaikie, et. al., en su obra “At Risk” (Blaikie et al, 1996), conocido como  el “Modelo  de Presión y Liberación de los Desastres”  (Modelo PAR por sus siglas en inglés). Este modelo  hace  énfasis  en la progresión  de la vulnerabilidad,   se  identificará,   basado  en  este modelo,  los hitos centrales  que  atañen incluso a la construcción social de las amenazas o peligros de tipo socio-naturales y antrópicas, y se buscará ir más  allá  de  la  materialización del  riesgo  en desastre, identificando en el mismo esquema los hitos  centrales   del  proceso  de  construcción del riesgo que operan incluso luego de que se detonan o se desencadenan los escenarios  de desastre.



El proceso Riesgo - Desastre, primer esquema: La construcción social del riesgo


De acuerdo con el modelo  PAR, lo que se entiende como    vulnerabilidad   o    más    específicamente como    elementos    socioeconómicos   expuestos en condiciones de debilidad frente a peligros/ amenazas, se puede  también entender como “condiciones inseguras”, éstas no sólo se relacionan con aspectos físicos (mala calidad en la construcción, por ejemplo),  sino, además  con aspectos sociales, políticos y económicos (enfermedades crónicas en la población, falta de instituciones fortalecidas, etc.). En el modelo  PAR se propone que las condiciones inseguras  son el resultado de presiones  dinámicas, y éstas son las formas concretas como se expresan en el territorio, unas causas de fondo,  que son en últimas,  las  generadoras primarias  del  riesgo  en la sociedad  y que son de carácter  político, social y económico, vinculadas con las formas o modelos de desarrollo en un nivel macro


La base del entendimiento del modelo  PAR radica en la definición de la vulnerabilidad como un fenómeno social  (ver capítulo  anterior),   lo  que denota su construcción social.


El modelo  PAR admite  precisiones en cuanto a la configuración del riesgo: por un lado es importante indicar que las presiones dinámicas también operan en el componente de las amenazas, de lo cual se derivan las amenazas socionaturales (ver capítulo anterior),  el ejemplo  más claro es la degradación ambiental   (deforestación,  pérdida    de   suelos, entre  otros), que  conlleva, casi inexorablemente, a un incremento en la probabilidad de ocurrencia y/o  aumenta la  potencial   energía   liberada   por fenómenos considerados como  peligrosos,  tales como deslizamientos e inundaciones.


La segunda precisión radica en el carácter dinámico del riesgo, lo que permite  hablar del continuo del riesgo en sustitución y como un avance conceptual de lo que en el pasado se proponía como el ciclo de los desastres (Lavell 2004, op. cit.), en este sentido, el proceso de creación y transformación del riesgo no responde necesariamente a fases o etapas de carácter  cíclico; y esto se debe a que las presiones dinámicas afectan constantemente todos  los ámbitos  del  proceso  de  construcción del  riesgo, incluyendo   el  escenario   de   desastre,  creando nuevas y cada vez más complejas y transformadas condiciones de riesgo.


Este es el caso del crecimiento acelerado y desorganizado de las ciudades, en donde la presión existente por  acceder  al territorio conlleva  a que muchas  personas arriesguen  sus vidas  al vivir encondiciones inseguras, pero esa presión por espacio es constante incluso cuando ya se vive en riesgo, y aún más después de que ese riesgo se ha actualizado en un desastre. Es por esto que muchos asentamientos humanos en riesgo terminan siendo legalizados  o formalizados (muchas veces por intereses políticos) y en los casos en que se logran ejecutar procesos de reubicación, las zonas desalojadas vuelven al cabo de muy poco  tiempo a ser objeto de presión por nuevos asentamientos en riesgo.


Cuando  una comunidad vuelve a ubicarse en una zona  degradada e inestable  que fue previamente objeto de una reubicación por riesgo se está verificando una situación en donde la presión dinámica  por acceso  a un lugar donde  vivir sigue operando luego de la intervención  sobre las condiciones inseguras


Evidencias como éstas denotan la importancia de abordar dentro de los esquemas de intervención del riesgo no solamente las condiciones inseguras (por ejemplo reubicar las casas), sino que se deben incluir acciones  de  mayor  envergadura como  el mejoramiento del acceso a vivienda segura  a bajo costo, para desincentivar la ocupación  insegura.


Los modelos  o formas  de intervención  que solamente  abordan  las  condiciones   inseguras, han  sido  señalados por  algunos   autores  como componentes de una gestión de tipo conservador, mientras  que intervenciones más ambiciosas, más integrales y que abordan problemas no resueltos del desarrollo,  se denominan acciones de gestión transformadora (Lavell, 2001, op. cit.).


La evidencia en América Latina sobre los modelos de intervención  han demostrado que intentar resolver las condiciones inseguras mediante la mitigación   de  riesgos,  de  forma   aislada   y  sin abordar las  presiones   dinámicas  a  través  de  la promoción de la prevención  en los esquemas y las políticas de desarrollo,  es una  estrategia de muy poco  impacto  y casi siempre  ineficaz  en el largo plazo (ver siguiente recuadro).


El  dinamismo   de   los  escenarios   de   riesgo   – desastre,  conlleva  a  pensar   que  la  clave  para una efectiva gestión del riesgo de desastres, consiste  en individualizar con la mayor precisión posible,  los hitos fundamentales del proceso  de construcción del riesgo, y a partir de estos  hitos, identificar  las estrategias de intervención  que se requieren.


Los factores de riesgo (amenazas y vulnerabilidades) son  ambos   dinámicos,   cambiantes, e interdependientes, y su coincidencia espacial y temporal determina la  existencia  del  riesgo  de desastres en  el territorio.  Este riesgo  puede  ser tanto actual  o  consolidado, como  futuro   o  en proceso de creación:

El riesgo actual2  se refiere  al riesgo ya creado,  es decir cuando  existen elementos socioeconómicos expuestos en  condiciones  de  vulnerabilidad  ante fenómenos físicos potencialmente peligrosos  que han  sido  analizados, evaluados  o  cuyos  posibles efectos   han  sido  percibidos  por  la  sociedad  de forma  anticipada.  El riesgo actual  es el que  más inmediatamente se puede  transformar o actualizar en desastre en virtud de que tanto la amenaza como la vulnerabilidad son hechos o realidades ya dadas.


El conocimiento tanto  objetivo  como  subjetivo de  las amenazas y las vulnerabilidades, permite construir  escenarios  de  riesgo;  estos  pueden ser de mayor o menor complejidad, e incorporar atributos sobre  la percepción  del impacto  (riesgo alto,  moderado, bajo)  o  sobre  su  temporalidad (inminente, de mediano o de largo plazo). El riesgo actual remite a la noción del territorio del impacto, el cual puede  distar sustancialmente del territorio de las causalidades.


Por su parte, el riesgo futuro se refiere a la prospección  del riesgo, es decir al entendimiento anticipado   de  su  probable consolidación   en  el futuro.  Este concepto se basa  en la comprensión de la dinámica de los procesos  sociales que crean el riesgo y que  fueron  presentados en la sección anterior.


No obstante que el concepto de riesgo se refiere a una  situación  en todo  caso latente y por endefutura,    con   la   expresión   “riesgo   futuro”,  se hace  referencia  no  a  la probable ocurrencia  de un desastre sino a la posible consolidación  o configuración de un riesgo que hoy día no existe.


Cuando se habla de una probable o posible ocupación insegura de territorios, se está haciendo  referencia  al riesgo futuro,  el ejemplo más empleado es el del crecimiento de las ciudades: según las tendencias actuales, se prevé que para el año 2050 el 85% de la población de América Latina y en Caribe vivirá en las ciudades, y de este  porcentaje,  al menos  el 30%  lo hará en viviendas informales, precarias o en tugurios. Esta estadística indica, en  términos de  riesgo, que en el año 2050 existirá un número estimado de población “nueva” que vivirá probablemente en   condiciones    de   riesgo.   Intentar   revertir en el presente esta tendencia, a través de intervenciones fundamentadas en presiones dinámicas,  es  hacer  gestión  del  riesgo  futuro; y para  el caso analizado se estaría hablando de gestión prospectiva del riesgo.


El riesgo futuro  puede  tipificarse  cuando  no hay riesgo  actual  o consolidado, es decir cuando  los dos  factores   de  riesgo,  las  amenazas/peligros y las vulnerabilidades no se han constatado aún en el territorio,  pero  se  cuenta con  la información suficiente    para    prever    su   futura    aparición: por ejemplo, en el caso de áreas degradadas ambientalmente pero no ocupadas (aún) en condiciones   de  vulnerabilidad,   o  en  los  casos en  que  el riesgo  se ha  actualizado en  desastre, transformando las condiciones  de amenaza y vulnerabilidad  preexistentes y denotando nuevos escenarios  de riesgo a futuro3.




La configuración  del  riesgo  actual  y del  riesgo futuro
El riesgo futuro, al estar en función de la evolución de  los factores  de  riesgo,  se puede  expresar  de varias formas:


1.    En las zonas  donde  se verifican condiciones de degradación ambiental y social, pero en las que aún no se conoce la potencial  afectación de  fenómenos  físicos  peligrosos  que podrían presentarse. El  riesgo se considera factible  de concretarse o plasmarse  debido a  que  la  degradación  de  la  zona  propicia la construcción de escenarios de riesgo a futuro,  además esta misma condición de degradación  ambiental puede   transformar elementos naturales en amenazas o peligros de tipo socio natural a futuro (ver ejemplo en recuadro de página siguiente).


2.    En   las   zonas   donde    no   existen,  en   la actualidad,    elementos    socioeconómicos expuestos en condiciones de vulnerabilidad, y se conoce  la presencia o probable ocurrencia de fenómenos físicos potencialmente peligrosos: aquí el riesgo se considera  futuro  y se refiere  a la probable exposición u  ocupación insegura de  áreas peligrosas.


3.    En   las   zonas   donde    no   existen,  en   la actualidad, elementos socioeconómicos expuestos  en   condiciones   de vulnerabilidad,  y no se conoce  la presencia o probable ocurrencia de fenómenos físicos potencialmente  peligrosos:  en   este   caso el riesgo futuro  es más lejano que en el anterior, y las acciones a emprender buscan mantener las condiciones de sostenibilidad del desarrollo  en el territorio, a la vez que se debe  avanzar  en  el conocimiento sobre fenómenos físicos.


El proceso Riesgo - Desastre, segundo esquema: La transformación del riesgo actual


Para   que   el  riesgo   se   convierta   (actualice) en  desastre, se  requiere, por  un  lado,  que  el riesgo no haya sido efectivamente reducido previamente; y, además, que ocurra o se exprese (manifieste) un fenómeno físico potencialmente peligroso que actúa  como  detonante, bien sea de forma repentina o de forma paulatina y progresiva.


Como  los  desastres son  riesgos  no  manejados, se entiende que el impacto  está definido, esencialmente, por  las condiciones  preexistentes de riesgo que no fueron oportunamente reducidas, y lo que se evidencia como el efecto de un desastre o sus consecuencias directas e indirectas, se constituye  en un nuevo escenario  donde  el riesgo ha sido transformado.


Es  importante  señalar   que  solamente  el  riesgo actual  puede   actualizarse  en  desastre, el  riesgo futuro  también será  transformado, pero  en  este segundo caso la transformación no desencadenará pérdidas y daños, sino en unas nuevas o actualizadas condiciones de riesgo que  deberán ser analizadas e incorporadas en la planificación.  Es común  que luego  de  una  inundación, terrenos no  ocupados que fueron  inundados sean incluidos en el Plan de Ordenamiento Territorial como zonas de protección ambiental, para  evitar su ocupación en  el futuro ante la nueva evidencia de su peligrosidad.


En el escenario  de desastre, surgen  nuevas condiciones   de   riesgo,   estas   condiciones   han sido señaladas por Lavell (2004, op. cit.) como de riesgo  derivado  o coyuntural, y se refieren  a las “condiciones específicas  de riesgo que surgen  de anera más o menos repentina con el impacto de un fenómeno físico peligroso en la sociedad”.


Cuando  un desastre ocurre, se implementan actividades  de  reducción  y control   del  riesgo con  la finalidad de  garantizar que  la situación existente   no  genere  más  deterioros  ni  salga fuera  de  control  por  la ausencia de  elementos que garanticen la seguridad humana o el apoyo a los medios de subsistencia de las poblaciones afectadas  sobrevivientes.  Así,  cuando   se garantiza un  refugio adecuado, agua  potable, alimento y condiciones de salubridad básicas, en realidad se está  gestionando un riesgo nuevo  o potencial, que  viene de las nuevas  condiciones derivadas del impacto.


Asimismo, cuando  se derriban edificios inseguros, se talan árboles considerados  peligrosos,  se  eliminan  factores de probable infección y enfermedad, se trata  a las personas enfermas o heridas, en realidad,  se están  mitigando o  reduciendo los  factores   de riesgo  emergentes  del  contexto  del  desastre. El objetivo general  de  la respuesta a desastres puede   verse,  en  efecto,   como  una  acción  de evitar un segundo o quizá peor desastre, debido a    inadecuados   mecanismos     de    respuesta; este  fue  recientemente el tema  de análisis y la preocupación que se presentaron tras el huracán Nargis, que azotó  Myanmar en 2008.


En  términos   generales,  las  acciones  que caracterizan el “manejo de desastres”, y que han sido nombradas de diversa forma,  incluso bajo el concepto de gestión  reactiva,  en el contexto del continuo del riesgo, se refieren más propiamente a una gestión del nuevo, modificado y transformado escenario   de  riesgo,  y  pueden incluir  acciones entendidas tanto prospectivas  como  correctivas. De  lo  anterior  se  desprende  la  idea   de   que la  gestión   del  riesgo   de  desastres  abarca   las intervenciones en  todos  los ámbitos  del proceso Riesgo  - Desastre,  incluyendo  las  acciones  post impacto y no solamente las acciones de prevención y mitigación.


Por  su  parte,   en  el  nuevo  escenario  de  riesgo, se  verifican   unas   condiciones   actualizadas de amenaza y vulnerabilidad que han sido modificadas, tanto por la ocurrencia  del desastre y su gestión, como  por  las  presiones  dinámicas  derivadas  de las  condiciones  de  desarrollo  preexistentes a  la ocurrencia  del desastre, las cuales normalmente, y desafortunadamente, no  son  intervenidas   de forma sistemática luego de la verificación de desastres.


El escenario  de riesgo que  ha sido transformado abre   una   ventana  de   oportunidades  para   la reflexión   sobre   el  proceso   Riesgo  -  Desastre; por ello frente a este escenario se acusan los propósitos  centrales  y básicos de la recuperación ex  post,   fundamentados  en  la  coyuntura que ocasionalmente se presenta de revertir el proceso de creación del riesgo en la sociedad.


Cuando los gobiernos y los medios de comunicación hablan   de   los  desastres  como   oportunidades para  el  desarrollo,   se  está  haciendo   referencia a la coyuntural  y a veces excepcional  ocasión  en que  se pueden revertir  presiones  dinámicas  que han  operado en  la  conformación del  riesgo  de desastres desde  mucho  antes  del  momento  del impacto;   lamentablemente  las   experiencias   a nivel global  sobre  este  tipo de intervenciones de avanzada no se constatan de forma generalizada y es por  ello que  el Marco  de Acción de Hyogo incluye como  uno  de  sus  objetivos  estratégicos la no reproducción del riesgo en los procesos  de reconstrucción (Objetivo Estratégico número 3 del Marco de Acción de Hyogo, EIRD, 2005


Adicionalmente, estas  ventanas de  oportunidad solamente se  presentan, de  forma  clara  y con una  firme  (aunque   temporal) voluntad   política, en  los casos  de  desastres de  gran  impacto,  que tienden  a  ser  objeto  de  opinión  pública,  de  los medios de comunicación  y logran movilización de recursos; por su parte,  los desastres “pequeños”, en términos  de su afectación de micro unidades territoriales,  muy pocas  veces se constituyen en una oportunidad para revertir presiones dinámicas creadoras de riesgo.


Tanto las características  del escenario de desastre, como  las  del  nuevo  escenario   de  riesgo,  estándeterminadas por las condiciones del riesgo actual existentes  previas al impacto; por ello, las grandes expectativas  que  se  crean  frente  a  los procesos de   recuperación  y  reconstrucción,  cuando   no están  sustentadas en un claro entendimiento de las reales  y factibles  opciones  de promoción del desarrollo   sostenible   en  el  territorio   afectado, tienden  a caer en el descontento popular  con su cuota de insatisfacción y de falta de credibilidad en las instituciones del Estado.


En  resumen,  los  cuatro   hitos   fundamentales del proceso  Riesgo–Desastre
Autores: Lizardo Narváez, Allan Lavell, Gustavo Pérez Ortega



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